Esta es la entrada de estreno oficial del contenido propiamente del blog, tras la presentación y cuatro entradas rescatadas de la sección de Derecho de mi antiguo blog, Visiones de Trasgo. Como adelantaba en la publicación inicial, uno de los temas de especial relevancia en el desarrollo de este proyecto será compartir con los lectores mis notas e impresiones sobre diversos textos transversales a cuestiones de Derecho. En esta primera ocasión, nos zambulliremos en el plano de la filosofía política, particularmente en el transfeminismo.
Hace unos pocos meses entró en vigor la llamada Ley Trans (Ley 4/2023, de 28 de febrero, para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI), no exenta de polémicas. Desde la propia aplicación del derecho conforme a la interpretación de la redacción de la norma, como los bulos que creaban en ocasiones desternillantes hombres de paja, hasta el choque entre miembros del propio poder ejecutivo de Gobierno, la norma ha sido uno de los temas de terraceo más manidos últimamente. Sin entrar en esas cuestiones, en este post quiero compartir algunos apuntes sobre la raíz de dicha ley, que no deja de ser la veterana discusión dentro del feminismo sobre cuál es el sujeto del mismo. Es decir, plantear si la mujer, tal y como está concebida culturalmente en la actualidad de forma mayoritaria, es el sujeto protagonista, principal y estanco del feminismo o si, por el contrario, responde a etiquetas de género no demasiado antiguas que conviene cuestionar.
Como lego en dicha materia, más allá de algún texto de menor tamaño y del trato que haya podido tener con personas del colectivo trans, siempre desde el máximo respeto, decidí aventurarme en la producción teórica alrededor de este debate, a veces tan pasado por alto por algunos, pero tan necesario en el fondo. Uno de los nombres que más resuenan en diversos foros es el de Judith Butler. Filósofa post-estructuralista cuya obra insignia El Género en Disputa ha sido señalado casi como un manifiesto para entender la realidad trans. Si bien sus páginas recogen síntesis y reflexiones interesantes, no es desde luego una constante consigna en favor de la multiplicidad de identidades, sino más bien una crítica a las mismas, particularmente en sus últimas páginas.
Más sin adelantar acontecimientos, habremos de empezar por el prefacio. El mismo se presenta como una suerte de sinopsis a la vez que texto introductorio sobre el contenido que se va a encontrar en el libro. Un primer apartado que recoge contundentes afirmaciones como la crítica a la tendencia por ciertos sectores del feminismo a anclarse en las concepciones tradicionales y estereotipadas del género o idealizando una forma determinada de expresarlo, rechazando todas las demás. En dicho sentido distingue entre dos primeras teorías enfrentadas: la teoría sexista (típica de la escuela del psicoanálisis del primer tercio del siglo XX) y la teoría feminista. La primera defiende que la mujer se revela como tal durante el coito heterosexual. En contraposición, la segunda arguye la necesidad de abolir el género, precisamente por sus implicaciones de subordinación hacia la mujer. Butler adelanta que es favorable a esta segunda postura, a través de su tesis de la performatividad del género. Conviene advertir que el libro no es un gran manifiesto sobre esta propuesta, sino más bien síntesis y en parte crítica y cuestionamiento de ideas previas sobre el género, al final de las cuales sí que puede hallarse, de forma sucinta, la visión del género como performance.
La filósofa expone una serie de comparaciones para establecer límites claros a la cuestión a la tratar. Entre otros, me han parecido especialmente relevantes que raza y género no pueden tratarse como meras analogías, habiendo de tener en cuenta el contexto cultural en el que se desarrollan ambas. En este aspecto introduce un concepto usual en la teoría feminista como es la Ley. La Ley se define no sólo como la normativa jurídica que establece sesgos de género sino como la imposición cultural, histórica y heterosexual del hombre sobre la mujer. Por ende, se concluye que ha de volverse a un estadio común y previo a la misma a través de la apelación a una identidad común, en este caso el de ser mujer.
Butler cuestiona aseveradamente esta defensa del antes de la Ley, entendiendo que la categoría de mujer ha variado a lo largo de los siglos tanto a nivel cultural como histórico, espacial, étnico y regional. Es decir, nunca hubo un “antes”, sino diversas circunstancias en las que se me enmarcaban y enmarcan las distinciones sexuales. Sin duda se trata de uno de los enfoques que más me ha gustado de este libro y otros que leo últimamente; el afán de romper con la visión limitada del eurocentrismo y la cultura occidental, entendiendo que existen otras realidades, aunque no estemos habituados a ellas.
En dicho aspecto me ha parecido destacable que la filósofa escurre, de forma consciente dada la influencia en ella de pensadores como Foucault o Wittig, la distinción de clase que existe entre mujeres. Las dinámicas a las que está sujeta una burguesa y una proletaria no son ni mucho menos las mismas. Es más, apela a una coalición y democratización del movimiento feminista en pro de hallar acuerdos es común y entender los diversos matices que existen en la situación de las mujeres en función de sus circunstancias, descartando las concepciones de un feminismo y un patriarcado universalista. Una propuesta política que, si bien es interesante, resulta injusta y hasta idealista sin tener en cuenta las diferencias generadas por el modo de producción imperante.
Precisamente tanto Foucault como Wittig afirman que el binomio del sexo está supeditado a los fines productivos de la imposición sistemática de la heterosexualidad. Si bien me parece relevante no caer fácilmente en el economicismo teniendo en cuenta los diversos matices expresados por Butler, sí que el capital cobra una gran relevancia a la hora de perfilar esta cuestión.
Igualmente, señala que la performatividad de género no normativa, es decir aquella superadora del binomo de hombre-mujer, no tiene por qué ir necesariamente de prácticas sexuales no heteronormativas. Sobre tales concepciones alternativas del género se atreve a dar una afirmación que, aun pudiendo tener ejemplos en los contemporáneos noventa en los que se escribió el libro, se hace aún más palpable en la actualidad. Butler señala que la subversión tiene igualmente valor de mercado. Una afrenta directa a la ideología mercantilizadora extrema que se vive en el sistema económico actual y que resulta un toque de atención a que, por el mero hecho de ser subversivo a lo normativo, no se es inmediatamente inmune a las dinámicas del mercado.
Es más, resulta tan actual que por aquel entonces ya planeaba sobre las corrientes de aire la pregunta sobre si la indeterminación de género llevaría al fracaso del feminismo o, por el contrario, a su éxito radical.
Diversas feministas de la época ya señalaban que el género es un concepto cultural-discursivo sobre una división de sexo previamente dada. Entre otras, es destacable Beauvoir, quien señalaba que el sexo femenino se limita a su cuerpo mientras que el cuerpo masculino representa la libertad radical, estableciendo con el de la mujer una dinámica semejante a la del amo y el esclavo. Para esta activista, se llega a ser mujer bajo obligación cultural, siendo así el género femenino una negación del masculino. Por ende, implica la separación entre género y sexo, pudiendo así haber hombres sexuados y que no sean por género hombres, al igual que en el caso de las mujeres, además de haber representaciones de género más allá del binomio.
Para mi descubrimiento y disgusto, Butler da un repaso a estructuralistas y, los aun peores, psicoanalistas que han estudiado la cuestión de género. Aun con algún aporte de cuya reflexión pudiera concluirse alguna reflexión interesante, daré un ligero esbozo de algunos, puesto que desde luego no ha sido la parte de la obra más agradable de leer. Especialmente bizarra la teoría sobre la sexualidad gira en torno al Falo, su posesión y su carencia.
- Lévi-Strauss: La mujer tribal es un objeto a distribuir, puesto que es un no-hombre.
- Lacán: La feminidad está velada por una máscara para complacer el deseo masculino heterosexual, tanto por el sexo como por la aparente facilidad en la resolución de conflictos. Entiende el lesbianismo como producto de una heterosexualidad decepcionada.
- Freud: Cuando un ser querido fallece, se toman comportamientos del mismo para su perpetuación en el “yo”. Igualmente, considera que la formación de la orientación sexual se realiza en base al complejo de Edipo, descartando la posibilidad de un estado primario bisexual.
Butler hace crítica que roza la mofa de estas teorías y concluye que la Ley estructura lo que se ha de reprimir y lo que no, lo cual desde luego tampoco resulta un aporte novedoso.
Precisamente, siguiendo en está línea, introduce el pensamiento de Foucault de forma más profunda. En un primer término, el francés expone que el sexo como categoría política es una forma de determinar la sexualidad en base a las relaciones de poder, una categorización que desde luego recuerda a su pasado marxista, en cuyos términos hablaríamos de relaciones de producción. A partir de tal idea, Butler afirma que la Ley crea ciertos deseos bajo la apariencia de naturales, pero que responde a unos fines concretos.
Foucault entiende la sexualidad como un sistema histórico abierto y complejo de discurso y de poder que genera el término equivocado del sexo como parte de una táctica para esconder y mantener las ya mencionadas relaciones de poder. El sexo, igualmente, se entiende dentro de un todo, imposible de conceptualizar como un aparte de las relaciones sociales. La americana contraargumenta con que existen placeres que sí son ajenos a las relaciones de poder. Aun entendiendo que quiere evitar determinismos, pienso que la feminista que equivoca desglosando placeres en abstracciones aparte, cuando no está imbuido por todo, en mayor o menor medida.
Es especialmente paradigmático el análisis que hace Butler del relato recopilatorio de los diarios de Herculine, una persona intersexual que Foucault pareció conceptualizar como un ejemplo perfecto de estadio previo a la Ley. Sabiendo de la existencia de dicho testimonio por vez primera a través del Género en Disputa, tengo la sensación de que resulta precipitado acusar al francés de tal postura, teniendo en cuenta la protagonista en el resto de su obra. Sin embargo, resulta interesante para romper con aquellas concepciones que idealizan utópicamente las identidades no binarias en un contexto de predominancia heterosexual.
Judith expone que Herculine no representa una fantástica multiplicidad, sino una ambivalencia fatal, justamente creada por una Ley prohibitiva. Precisamente, Herculine se cría en una escuela religiosa femenina, contexto en el que desarrolla sentimientos afectivo-sexuales por sus compañeras y por los que se ve a si misma como usurpadora de la masculinidad en un contexto homosexual. Es la excepción que confirma la existencia de la norma.
La materialista que también ocupa gran atención por parte de la filósofa es Monique Wittig. Su principal presupuesto es que la diferencia de sexos responde a las necesidades económicas imperantes y de ahí la imposición de la heterosexualidad. Acorde con ello, rechaza la teoría estructuralista de lo previo a la estructura y señala que esta ha sido contingente a lo largo de la historia. El reconocimiento de la variabilidad no está tan claro, puesto que llega a afirmar que la estructura siempre ha sido heterosexualmente obligatoria, lo cual no es del todo tan acertado, habiendo de estudiar contextos históricos previos incluso dentro de propiamente occidente.
De hecho, Wittig va más allá de Beauvoir, defensora de la tesis de separación de sexo y género. Para ella no existe la distinción entre sexo y género, al entender el sexo como una categoría en sí del género y que se da desde la política.
Más polémica resulta su afirmación de que las lesbianas son un tercer sexo-género, concluyendo que lo homosexual y lo lesbiano categorías antagónicas a la heterosexualidad obligada y no consecuencia de la misma.
Butler responde a tal tesis con que los comportamientos feminizados y masculinizados de homosexuales y lesbianas y las preferencias de unos y otros hacia los mismos responde más a una parodia de la heterosexualidad que una analogía, puesto que la significación erótica es transversalmente distinta.
Sobre la diferencia sexual en base a los condicionantes económicas, la americana parece acogerse a la teoría foucaltiana de las relaciones de poder. Para ella, el poder limita y forma las opciones mismas de la libertad. Se contrapone precisamente a la teoría política del liberalismo clásico en su teoría raíz del contrato social. Es más, concordando con el fondo de su mensaje, señala acertadamente que el poder no puede ser retirado ni rechazado, sino únicamente replanteado.
En apenas las últimas páginas del libro, Judith Butler expone su tesis del género como performance. Los actos, gestos y realizaciones típicamente asociados a un género concreto son signos performativos que revelan la existencia de un núcleo interno o sustancia, generando la identidad. Se trata de una ilusión dentro del marco reproductivo de la heterosexualidad obligada. La filósofa ejemplifica esto más a través del travestismo y las críticas que rodean al mismo como posible burla humillante para las mujeres (lo que en la actualidad tiene especial reflejo en el mundillo del drag).
La autora afirma que no se trata de una chanza o una sátira contra las mujeres, sino una estereotipación de la identidad. En este punto conviene remarcar que diferencia entre sexo anatómico, identidad de género y actuación de género.
Cuando una persona de cierto género se traviste en un género x, pudiendo ser incluso el propio asociado usualmente, se busca precisamente resaltar los estereotipos asociados al mismo. Representa la estructura imitativa y contingente del género. Es decir, es una crítica a las identidades de género esencialistas, que no dejan de ser construcciones culturales contemporáneas que obligan a creer en su necesidad y naturalidad. Se destacan tales actos para señalarlos, de forma que puedan ser refutados, repensados e incluso cambiados. El género, en todo caso, es una regla que nunca puede interiorizarse del todo, especialmente por la significación de la superficie.
Con ello, si el género es performativo, no hay identidad de género primaria y reveladora. El género no es ni verdadero ni falso ni real ni aparente ni original ni derivado.
La conclusión final de la obra recoge una serie de reflexiones a modo de síntesis de lo expuesto y algún que otro alegato al feminismo en este sentido. El más claro de ellos es la necesidad del feminismo de precisamente abrir el espectro a considerar de forma madura la extinción y crítica auténtica del género, así como su superación. En segundo término, a menos en orden de importancia para mí, es un inesperado señalamiento a las políticas de identidad. La escritora es contundente al indicar que las mismas están orientadas a una lucha constante de cuotas, de representación y ocupación de espacios desde los que empezar la acción política. La inoperancia que resulta de la tentativa constante de lograr esta meta concluye en muchas ocasiones en frustración y fracaso y no es la vía más óptima para constituir al sujeto político. El agente se constituye con la acción y a través de ella.
Como se puede apreciar, el libro tiene mucho jugo a desgranar y a analizar. Un ejercicio intelectual que desde luego no me ha dejado indiferente, con aportes sobre la cuestión de género que no me había planteado o que había reflexionado vagamente en el pasado. A tales alicientes se le ha unido en una pequeña más profundización en la figura de Foucault, al que ardo en deseos de leer, así como feministas como Wittig u otras que han abarcado críticas jurídicas desde el feminismo como Vicki Schultz.
Evidentemente, como toda lectura pausada, he encontrado una serie de críticas al libro. El estudio del mismo es complicado y hasta enrevesado en su lenguaje, tocando términos propios de la filosofía, por lo que tampoco lo recomendaría como un texto de referencia para acercarse a dicha cuestión. Por otro lado, la cuestión trans, a través de la cual me había acercado a la obra, apenas se toca directamente, siendo más apreciaciones indirectas por la historia de Herculine o la crítica general al género. En dicho sentido, igualmente añadir que tampoco aporta mucha evidencia científica sobre si el género es un mero producto cultural o sobre la inexistencia de factores biológicos que puedan incidir en ciertos comportamientos humanos que podríamos asociar normalmente a uno u otro género, de forma relativa. Me es lógico pensar que probablemente se deba a la falta de investigación en este campo en el momento de la publicación del libro. Cita un estudio no del todo concluyente, pero más relacionado al tema de los cromosomas y las anomalías que pueden presentar en el desarrollo de un feto en términos de sexualidad.
Ha sido un acercamiento a dicha corriente ideológica que, si bien ha sido arduo e interesante, me ha dejado con ese buen gusanillo, que no insatisfacción per se, de seguir leyendo al respecto. Espero traer más pronto que tarde, nuevos comentarios sobre tan apasionante tema. Es aun incluso probable que vuelva a leer El Género en Disputa.
